jueves, 21 de noviembre de 2013

El Emir Caprichoso

Hubo una vez en un lugar de la Arabia un emir sumamente rico y muy caprichoso.

Los mejores cocineros de la región trabajaban para él, forzando cada día su imaginación para satisfacer sus exigencias.

Harto ya de tiernos faisanes y pescados raros, un día llamó a su cocinero jefe y le dijo...

¡Ahmed!... Si quieres seguir a mi servicio tendrás que buscarme un manjar que no haya probado nunca, porque mi apetito va decayendo.

Mi señor y si logro sorprenderle, ¿qué me daréis a cambio?...respondió el pobre cocinero.

La mano de mi bellísima hija... dijo el emir.

Al día siguiente, el propio Ahmed sirvió al Emir en una bandeja de oro, el nuevo manjar.

Parecían muslos de ave adornados con una artística guarnición.

Comió el Emir y gritó entusiasmado...

-¡Bravo, Ahmed! Esto es lo más exquisito que he comido nunca. ¿Puedes decirme qué es?

El loro viejo que conservabais en su jaula de plata, dijo el cocinero.

Tunante! Me has engañado, le respondió el emir.

¡No te casarás con mi hija!

El Gran Visir intervino en la charla. Y puesto que el Emir había proclamado que el manjar era exquisito, sentenció a favor del cocinero, que fue dichosamente feliz con su hermosa princesa.


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