Un ladrón que rondaba en torno a un campamento
militar, robó un hermoso caballo aprovechando la oscuridad de la noche.
A la mañana siguiente, de camino a la ciudad, se
cruzó con un batallón de dragones que estaba de maniobras.
Al escuchar los tambores, el caballo escapó y,
junto a los de las tropas, fue realizando los fabulosos ejercicios
para los que había sido amaestrado.
¡Este caballo es nuestro!... exclamó el capitán de dragones. De lo contrario no sabría realizar esos ejercicios.
¿Lo has robado tú?... Le preguntó al ladrón
¡Oh, no...! Lo compré en la feria a un tratante...dijo el ladrón.
Entonces, dime como se llama ese individuo para ir en su busca, pues ya
no hay duda de que este caballo ha sido robado.
El ladrón se puso nervioso y no acertaba a
articular palabra. Al fin, viéndose descubierto, confesó la verdad.
¡Ya me parecía a mí!... exclamó el capitán… que
este noble animal no podía pertenecer a un rufián como tú.
El ladrón fue detenido, con lo que se
demuestra que el robo y el engaño rara vez quedan sin castigo.
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